“Los niños en la calle la convierten en un espacio seguro” Francesco Tonucci.
Los niños son ciudadanos al igual que los adultos. Pero, ¿cuál es su diferencia en relación con la ciudad?
No debería existir diferencia. Deberían ser reconocidos y aceptados como todos los ciudadanos. Pero efectivamente, en la ciudad moderna no es así. El tema es que desde el final de la última Guerra Mundial, las ciudades –mayormente las europeas– que fueron destruidas, se han tenido que reconstruir pensando en un ciudadano prototipo que corresponde a las características de ser adulto, varón y trabajador. No se ha pensado en reconstruirlas para todos. En este contexto, la ciudad va olvidándose de los que no son adultos, varones y trabajadores: como los niños y ancianos. Personas que no están dentro del mundo laboral. Por eso, de alguna manera, se reconocen como menos ciudadanos. Tanto es así que, en estos últimos años, estas categorías sociales desaparecen de la ciudad. Si nosotros recorremos una gran ciudad como Lima, es probable que no encontremos ni un niño moviéndose solo, ni una persona con discapacidad, ni ancianos.
Recuerdo justamente que un niño de Roma me comunicó que su abuelo había decidido no salir más de casa porque el semáforo no le daba tiempo para cruzar. ¡Esta es una denuncia tremenda! Significa que la ciudad de la cual esta persona es ciudadano lo ha rechazado, lo ha expulsado. Y estas categorías que no se ven en el espacio público, ¿dónde están? O viven dentro de casa, normalmente frente a una pantalla, o están en lugares que la ciudad, democrática y generosa, prepara básicamente para ellos. Esta es una forma de marginación. Quiere niños que en lugar de vivir en el espacio público, como todos nosotros, vivan restringidos a un parque donde ellos solo pueden jugar, una ludoteca o un parque temático, como hay otros lugares específicamente para ancianos. Repito, esta es una forma de exclusión. No es una forma de respeto.
¿Cuáles son las consecuencias en los niños de no poder salir a jugar en la ciudad libremente?
Son varias y son graves. La primera es que un niño que no puede salir de casa solo -sin adultos- no puede jugar. Y bueno, cuando digo esto los adultos se ofenden: “¿cómo que no pueden jugar, si gastamos tanto dinero por sus juguetes y los acompañamos todos los días al parque?” En mi opinión los juguetes pueden ser buenos para jugar si son pocos y se pueden aprovechar por mucho tiempo con varios amigos. Y estos dos elementos: tiempo y amigos, han desaparecido. Con lo cual se han quedado solo los juguetes y nuestros hijos se están transformando de jugadores a propietarios de juguetes. Esto tiene relación con el parque para el juego. Es un lugar inadecuado para los niños porque se quedan siempre en lo mismo. Tienen que ir acompañados por los padres y acompañar a un niño a jugar es nocivo. Es una contradicción interna: el verbojugar no se puede conjugar con el verbo acompañar sino que es conjugado con el verbo dejar (permitir). Por lo cual el juego necesita confianza.
Un segundo aspecto grave es que el niño que no puede salir de casa sin adultos no puede descargar energía física, lo necesita. Aquí cala todo el tema de la obesidad infantil y de los problemas de interacción que se manifiestan en la escuela. Claro que hay también casos patológicos, pero en la mayoría depende del hecho que los niños no pueden descargar energías y no pueden pelearse, no pueden pegarse, no pueden trepar, no pueden correr. Es decir, todo lo típico de la infancia no pueden hacerlo porque los adultos que los acompañan no lo permiten.
En tercer lugar, los niños que no pueden salir de casa solos no pueden vivir la experiencia del encuentro con otros desconocidos y poner en marcha todas estas estrategias de conocimiento que son fundamentales para la vida adulta: por ejemplo, el elegir un compañero o compañera de la vida. Hoy los niños son condenados a frecuentar solo compañeros de la misma edad, de la misma clase o hijos de los amigos de los padres. Con lo cual siempre son amistades muy comprobadas y es muy complicado hacer tonterías como lo hemos hecho todos nosotros de pequeños.
Y por último, un niño que no puede salir solo de casa no puede vivir la experiencia del riesgo. Y el riesgo es un componente esencial del desarrollo, de conocimiento, es un elemento fundamental del juego y es una herramienta fundamental de la felicidad: de la satisfacción que algo que era imposible ayer, pude hacerlo y lo he conseguido hoy.
Y en el caso que el niño sí pudiera jugar libremente, ¿cómo es que se fortalece la ciudadanía?
Claro, esto es una equivocación. De nuevo no tiene nada que ver con la necesidad de juego de los niños: es un pacto entre adultos. Es decir, el adulto alcalde muestra a sus ciudadanos que se preocupa de sus hijos creando estos espacios de juego. Y los adultos padres le agradecen al alcalde por pensar en sus hijos. Ni uno ni el otro hace un esfuerzo por acordarse cómo eran ellos de pequeños y qué era lo que les interesaba. Yo digo siempre: “probemos a cerrar los ojos para pensar nuestra infancia y nuestros juegos” No saldrán ni columpios ni toboganes. Saldrán cosas raras, algunas que no se podían contar a los adultos. Pero son por estas experiencias por las que nos hemos hecho grandes, adultos.
Y estos espacios especiales para niños no llegan a ser buenos porque son siempre los mismos. Es decir, un niño va a estos espacios en cochecito, después va al primer año de vida, después a los 3 años y vuelve a los 5. Y siempre hay columpios y toboganes. La idea no es que un niño se divierta repitiendo siempre los mismos juegos, no corresponde. Este lugar, que se queda igual siempre, no llega a ser el lugar de juego verdadero. El lugar de juego verdadero tiene que ser adecuado al juego elegido. Y cambiarán según crezcan las necesidades y las capacidades de los niños. Para no equivocarnos, el espacio verdadero de juego de los niños es la ciudad, toda la ciudad.